El parque estaba teñido por un tono grisáceo, acorde con el frío viento que pasaba por entre sus arbustos y bancas. Algunas personas corrían a tomar el bus mientras intentaban burlar el frío con el calor de sus brazos, un funcionario de un municipio hojeaba un periódico mientras camina por el empedrado piso y dos jóvenes saciaban su sed con un jugo de “cajita”, como se le llama popularmente a los refrescos en envase Tetra Brick.
Aunque todas estas personas llevaban ocupadas sus mentes en cosas distintas, ninguno pudo ignorar lo que estaba sucediendo en la banquita cercana a la esquina suroeste del parque.
Un hombre de cabellos grises deslizaba un trozo de lija sobre una pieza de árbol de Café, la cual empezaba a tomar una forma humana, forma de bailarina nos diría después el artesano.
Misael Jiménez Sanabria (de los Sanabria de Grecia, nos dice con orgullo) refleja en sus pequeños ojos el deleite que le provoca ver transformado un pequeño tronco de cedro, en la figura de un robusto toro de unos 20 centímetros de alto o un fragmento de bálsamo en un bello delfín.
El tallar en madera es casi un oficio ocasional para este inmigrante de la reserva indígena de Guatuso (San Carlos), de donde se vino a los siete años de edad porque la agricultura “no era lo que Dios tenía dispuesto para mí” explicó con convicción.
Con cada pieza tallada, vendida a los extranjeros que visitan el mercado artesanal ubicado en Cuesta de Moras, don Misael puede ganar diez mil colones, y por cada paisaje pintado de cincuenta a setenta mil colones. ¿Porqué? ¿también pinta? le pregunté.
Pues sí, para este hombre no hay nada difícil, porque “lo difícil está en la mente de uno” dijo con voz baja. Su principal ocupación es el dibujo, la pintura, la creación de marimbas, arpas, violines y guitarras, entre otros, para vender en la Plaza de la Democracia, aunque en un pasado también degusto el placer de transmitir sus conocimientos innatos a los estudiantes del Liceo de Costa Rica, dando clases de Artesanías por once años.
Ya vencido por las manecillas del reloj, tuve que despedirme de este hombre, el cual no tuvo que asistir a facultades de arte para gozar de un talento envidiable, pulido por el tiempo y los recuerdos de aquel San Carlos con olor a tierra húmeda y sabor a leche recién ordeñada.
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